viernes, 20 de abril de 2012

LAS PRINCESAS, LAS BRUJAS Y LA HORMIGUITA VIAJERA



He contado en otras ocasiones que jamás me han gustado los tradicionales cuentos de hadas.  Era muy chica y me regalaban los clásicos libritos, generalmente en mi cumpleaños.  Los leía si, como leía todo lo que caía en mis manos, pero no me entusiasmaban.  Por algún motivo, trataba de pensar, con mi corta edad, más allá de la historia.  Recuerdo que me preguntaba qué pasaría después de que el "cuentito" llegaba al "...y fueron felices para siempre".  Finalmente se casaban? tenían hijos? acaso envejecían?

Pero lo más llamativo era que no podía identificarme con las princesas, parte de ello, tenía que ver con que las heroínas, a excepción de Blancanieves, eran rubias.  En aquella época sentía yo cierta desazón por ser la única morocha en una familia de blondos.  De hecho, todos admiraban a la "rubiecita", mi hermana.  Era chiquita, rubia y redondita.  Preciosa.  Por el contrario, a mi me llamaban "la hormiguita viajera" (por la historia de Constancio Vigil), flaquita, alta, morocha y andariega.
Dificilmente podía identificarme con Cenicienta o La Bella Durmiente.  La sumisa Cenicienta que fregaba hasta que el hada buena hacía su aparición y le cumplía el sueño de poder asistir al baile.  La bella Durmiente, aquella frágil jovencita hechizada desde bebé que se pincharía el dedo con una rueca (recuerdo haber buscado en el Larrouse infantil el significado de rueca y no estaba), y dormía por años hasta que el príncipe, otro con cabello color trigo, llegaba, la besaba y ella despertaba.
También eran felices y comían perdices...

Claramente, estas princesas de cristal me parecían unas niñas sólo destinadas a que un príncipe las rescatara en su caballo blanco (sólos los "malos" montaban corceles hermosos y oscuros).
A mi me gustaban las malvadas, las brujas, las perversas madrastras.  Ella sí eran morenas, ingeniosas, activas y, excepto al final del cuento, siempre resultaban más interesantes e intrigantes.  No necesariamente la madrastra de Cenicienta es de quien hablo, más parecida, según mi imaginación, ayudada por algunas ilustraciones, a una matrona de barrio empujando a sus poco agraciadas hijas a casarse con algún miembro de la nobleza.
Me agradaba la madrastra de Blancanieves, cuyo nombre no recuerdo, esa reina de cabellera negra, acompañada siempre por el espejo mágico, un simple objeto, animado según los hermanos Grimmm, que le contestaba todos los días a la vanidosa, que era la más hermosa del reino.
El hada que hechiza a la durmiente, también está representada como una mujer hermosa de cabellos oscuros, sobresale en el grupo de hadas rubias. 
Sin ir más lejos, en la recientemente estrenada "Espejito Espejito", la reina mala y de cabello azabache es Julia Roberts.  En otra película de princesas, "Encantada" (adaptación libre de cuentos varios), la malvada es, también en este caso morena, la adorable Susan Sarandon.
Debería buscar las versiones originales de los cuentos para saber si efectivamente están descriptas fisicamente de esa manera o fueron las posteriores ediciones ilustradas las que hicieron esas diferencias.  Las buenas, rubias; las malas, morochas.

Años después de aquellos libritos, llegarían las telenovelas.  Y aquí sucedía algo semejante.  Las protagonistas eran sufridas, tristes, maltratadas, pero terminaban conquistando al galán en cuestión... y eran rubias.  Sus contrafiguras, eran morochas.  Eso sí, estas malas, se divertían más, disfrutaban intrigándolo todo, eran adineradas, llevaban mejor vestuario, iban a fiestas, bebían y bailaban.  No enamoraban finalmente al protagonista, pero buen rato pasaban en el intento.  Obviamente, aquí también yo prefería a las malvadas.

Nunca sabré si fui marcada por el color de mi pelo, o si mi alma alberga oscuros sentimientos que provocan la identificación. 


Miro esta foto de María Felix, quien arrastró toda su vida, fama de mujer dura y altanera, hasta convertirse en un mito.
Ella habrá preferido a las "malas" de los cuentos de hadas o los cuentos de hadas la convirtieron en "mala"?


Liliana Machicote.




jueves, 12 de abril de 2012


Hace unos días les conté que iba a estar en la presentación de "El miedo" de Gonzalo Garcés.  Fue anoche en el bar Orsai en San Telmo (CABA).  Una noche maravillosa, con personas interesantes, alegres, gente conocida y amigos por conocer.  Aquí va el relato de cómo llegué a esta presentación y parte de lo que traté de contar allí sobre qué sentí al leer este libro.

Por esas cosas casuales y mágicas que tiene la literatura, estaba yo un domingo escribiendo algo sobre mis amigos, era como un muestrario (que luego posteé en este blog).  Pensaba en los amigos del trabajo, los del barrio, los de la facultad, los de paso, los de las redes, los de siempre... cuando me llegó el mensaje de Gonzalo Garcés invitándome a participar de esta presentación.  Y, curiosamente, me contaba que uno de los temas iba a ser la amistad.

Soy en general, una gran lectora, ávida, impaciente, pero cuando comencé a leer a Garcés, dejé de ser lectora para pasar a ser espectadora. Pasiva, pero dentro de la historia.  Escondida en un rinconcito observaba sin que nadie me viera.  Espiando. Oculta.

Con "El miedo", rebelé mi forma.  Me identifiqué tanto con el relato de Gonzalo que dejé de ser esa espectadora que espiaba para convertirme en protagonista.  "El miedo" era mío, formaba parte de la historia.  Sentí como propios sus miedos,  sus tristezas, su esperanza.  Fuí y soy cada uno de los amigos retratados magistralmente en esas páginas.  Soy Francesca, soy Lester, soy Gloria, soy la prima Claudine, con su energía e imprudencia, soy Marta... y también soy Cora y soy Gonzalo, los personajes principales.

La soledad, los miedos, el amor y la amistad son una constante en la vida y se ven reflejados en "El miedo" de forma tan cruda, tan cruel a veces, tan vividamentente, que es imposible no sentirse parte.

En esta historia donde el amor y la amistad se convierten en uno y cómo eso nos hace sentir especiales y queridos.

Por eso, es que tan fuertemente le agradecí anoche a Gonzalo Garcés el hacerme sentir parte de este libro y por hacerme sentir especial.

Ojalá lo lean y lo disfruten tanto como yo.






Liliana Machicote.

domingo, 8 de abril de 2012

LA CEREMONIA

Liliana Machicote

No sé si nos obligaban a ir, claramente no nos consultaban. No recuerdo si lo hacíamos una vez al mes o una vez por semana, creo recordar sí que era una actividad de día domingo.

Tendría yo entre 4 y 5 años supongo, las imágenes se ven muy lejanas.  Nos hacían bañar, vestir la ropa reservada para las salidas y nos perfumaban con colonia de niñas.

Si recuerdo que mi madre me peinaba tirante y me ponía una cinta y la ataba con un moño grande, es lo que ha quedado en mi memoria; no se fotografiaban en aquella época todas las actividades, el mundo audiovisual todavía no había llegado.

Hacíamos el viaje al cementerio en la "chata" (en los pueblos se llamaba así a las camionetas). Para mi corta edad era un viaje muy largo.
Una vez que llegábamos, bajábamos en el más absoluto de los silencios. Nadie nos había dado orden alguna pero mi hermana y yo tácitamente sabíamos que no era momento de hablar. Mi madre llevaba siempre un ramito en la mano, supongo que una vecina con flores se las regalaba, en mi casa nunca había flores.

Mi padre se acercaba a la señora que en la puerta del cementerio vendía flores y le compraba crisantemos y claveles. Odio esas flores. Y las odiaba en aquel entonces. Mi excusa era un terminante "tienen olor a muerto". Y ahí venía el tirón de pelos.

Entrábamos y comenzábamos a andar por el caminito de piedras.  Mi padre solo adelante, detrás, mi madre y nosotras. Mi madre caminaba erguida, casi altiva, hermosa, jamás bajaba la vista.  Nosotras mirándonos los zapatos modelo guillermina, incómodos y con hebilla que tampoco nadie nos preguntaba si queríamos usar.  Yo le decía a mi hermana que mirara las lindas casitas, (para mí las bóvedas eran casitas), los ángeles, las fotos que acompañaban las tumbas.  Y si mi padre se daba vuelta y fijaba sus ojos en mí, yo sabía que era momento de callarse. Mi hermana nunca me contestaba, siempre aceptó y se adaptó mejor que yo a las reglas.



Cuando doblábamos por un recoveco, encontrábamos el nicho, desde abajo, la tercera o cuarta fila, una placa negra indicaba nuestro apellido y un nombre.  Recién mucho tiempo después comprendí.  Mi padre bajaba el florero e iba hacia una canilla a unos metros a cambiar el agua. Mi madre sacaba de una cartera un trapo y limpiaba el mármol y unas pequeñas placas que estaban pegadas, quizás atornilladas, nunca lo supe y sólo me lo pregunto en este momento.  Ponían las flores en el florero y lo colocaban en su lugar.

Y ahí se quedaban mis padres, él miraba hacia abajo,  pensativo, con el peso de algo enorme sobre un hombre de apenas 30 años.  Ella, seguía mirando hacia arriba, como si buscara algo en un punto fijo.  No hablaban, no lloraban, ninguna expresión en sus caras. Nosotras, testigos mudos de tal ceremonia.

Al cabo de unos minutos, uno de los dos se movía hacia la salida y el otro lo seguía.  Volvíamos a la posición original, uno adelante, los otros tres detrás.

Tiempo después, comenzaron a ir separados. Siendo yo mayor, acompañaba a mi madre una vez por mes a hacer el mismo recorrido.  Ella dejó de ir hace unos años.  El lo sigue haciendo.  Nunca se habló de esa ceremonia, simplemente se hacía.  No se pedían explicaciones.

Entendí la ceremonia del cementerio hace poco.  Era su manera de exorcizar el dolor.  Como hoy, en un colectivo, con un block y una birome, encontré la mía.




miércoles, 4 de abril de 2012

Voy a estar ahí, en circunstancias particulares que ya contaré...
La historia de Gonzalo Garcés habla de la amistad, el amor y de cómo los dos, en definitiva son uno.


Liliana.

martes, 3 de abril de 2012

AMIGOS

Liliana Machicote


De la infancia
del cole
del barrio
de la facu
del boliche
de paso
del trabajo
de juegos
de los ex
los ex
de copas
de la red
de los amigos
de los viajes
del chat
de los buenos
de los que veo
de los "con derecho"
de los de unos meses
de los vecinos
de los casuales
de los parecidos
de los no tan buenos
de los que no veo
de los cercanos
de los recientes
de los que se alejan
de los diferentes
de los de siempre
... (puede continuarse)

Forman parte de mí. Sin dudarlo. A veces se los digo, a veces no. Lo bueno con los amigos, es que nunca es tarde...

domingo, 1 de abril de 2012

Contar hasta dos...

Liliana Machicote


Los domingos son días que invitan a la nostalgia.  Por lo menos, así lo siento.  Decido ordenar mi biblioteca, con el fin de poner más libros que se encuentran dispersos por toda la casa.  Redescubro mis libros de Mario Benedetti.  Me pierdo en sus páginas y su poesía.  Me detengo en esta:


Hagamos un trato

Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo

si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo

si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo

pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted

es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo


La nostalgia y el domingo traen a mis recuerdos una historia de hace muchos años.  Alguien me regaló una tarjeta, de esas que se venden en las librerías, que contenía este poema.  Ni siquiera estaba firmada.
Me enamoré profundamente de quien me regaló la tarjeta.  Quizás fue la primera vez, tal vez la única.  Decía tanto.  Imaginé que esas palabras las había hecho suyas para brindármelas.  Él nunca se enteró... o si, nunca lo sabré.
Cada vez que la releo, no puedo menos que recordar lo sucedido con una sonrisa.  A veces, según el día, hasta una lágrima impertinente se escapa.

Existirán estos amores? Se harán realmente estos tratos? Contaremos con alguien, no hasta dos, o hasta diez... si no para siempre?