martes, 31 de julio de 2012

YO MUJER

Yo soy yo. No importa con quien viva, conviva, o me relaciones.
Contesto. Confronto. Me rebelo. Digo lo que quiero, lo sostengo y me lo banco.
Me disculpo cuando me equivoco. Tardé pero aprendí.
Negocio, no concedo.
No cambio de costumbres, pensamientos, convicciones, por otra persona que no sea yo.
Me resisto a seguir ciertos cánones. Tengo algunas arrugas, si. Y seguramente tendré más. He llorado mucho, pero me he reído más. Y no por eso voy a ir a cirugía y vivir con cara de espantada.
Tengo el cuerpo que la naturaleza me dió. Lejos estoy de las modelos, y qué? Se puede compensar con actitud. A veces cuesta, pero el intento se hace una y otra vez.
Educo a mi hijo como mejor me parece. Equivocándome. Ni machista, ni pollerudo, libre.
Nadie que se atreviera a gritarme o ponerme una mano encima, saldría ileso.
No me toca nadie si yo no quiero que lo haga. La decisión siempre es mía.
Soy grande ya, ni adolescente confundida, ni jovencita atolondrada. Reino sobre mí.
Impaciente. Audaz. Caprichosa. Discutidora. Fuerte. Gritona. Exagerada. Sensible.
Soy mujer. Orgullosa de serlo.




Liliana Machicote

jueves, 12 de julio de 2012

TRABAJO


Por primera vez fui a la botadura de un barco.  Este jueves, en Astilleros Río Santiago, se bautizó y botó un buque, el más grande construido íntegramente en nuestro país en las últimas tres décadas.  Astilleros, como le llamamos acá, fue inaugurado hace casi sesenta años.  Varios presidentes, gobernadores, infinitos funcionarios pasaron.  Muchos llenaron sus bolsillos en su paso por allí.
Pero entrar este jueves a los astilleros y ver a los trabajadores, a los reales, a todos y cada uno de ellos, sonrientes, conversando, felicitándose entre ellos, fue lo que valió la pena.
Porque lo que sucedió, más allá de las motivaciones políticas,  que inevitablemente se vislumbraban, lo que vi en la cara de estos trabajadores fue orgullo.  Satisfacción por la labor realizada.   Meses y meses de frío, de calor… y finalmente el buque al agua, y la posibilidad de seguir trabajando.  Y de hacer el que se viene, el “Juana Azurduy”, todo con sus manos.
Tantos planes sociales, tanto clientelismo que se paga con el dinero de todos, que parecía extraño ver y sentir trabajo de verdad.
Me tocó estar ubicada al lado de un señor, ex empleado de los astilleros, que iba contagiando su emoción mientras me contaba con los ojos llenos de lágrimas, que él se había tenido que ir, obligadamente, en una de las tantas reestructuraciones que pasó la empresa, por eso, para él, éste era un día de dicha, había esperado años y finalmente llegaba el resultado de tanto esfuerzo.  Lo sentía como un triunfo de los trabajadores.
Cuando comenzó la ceremonia, a todos se nos piantó un lagrimón, cuando un empleado de Río Santiago, entonó el himno nacional.  Nos olvidamos del frío, del viento que nos azotaba las caras, porque era de ellos, de los trabajadores, de sus ganas de salir adelante.
Después llegaron los discursos, sindicalistas, ministros, gobernador… pero cuando el buque finalmente fue botado al agua, los que iban en cubierta eran quienes lo habían hecho con sus manos, sonrientes y satisfechos.  Y los que fueron a hacer política, quedaron apoyados en el muelle, como siempre, debajo.




Liliana Machicote.

lunes, 2 de julio de 2012

EL LOCO DEL FESTIVAL

Había escuchado la versión, casi como mito urbano, que cuenta que en todo festival, feria, congreso, etc, donde participe el público,  hay un loco.  Esto es, un personaje conocedor del tema a tratar en las actividades pertinentes (pueden ser literarias, médicas, políticas o de actuación)  que asiste a todas las charlas y debates e interrumpe permanentemente a los oradores con planteos y digresiones.  Siempre, eso si, con un basamento lógico en su interrupción.
Cuando estuve en junio en el BAN! Festival de novela negra en Buenos Aires, asistí a una mesa donde exponían dos forenses, uno de ellos también escritor, acompañados por un periodista del género que oficiaba de moderador.  Al comenzar las preguntas de los asistentes, ingresó un señor con un maletín y se sentó en la primera fila.  Levantó la mano para hacer una pregunta, le alcanzaron un micrófono e hizo una consulta acerca de cuánto tiempo podía estar un cuerpo en una morgue sin descomponerse.  Evacuada la duda por los especialistas, comenzó a relatar, no sin antes pedir disculpas por su llegada tarde a la charla, una larga historia acerca de que su madre había sido asesinada en Miami por una ex pareja con altos contactos en la política y que esas mismas relaciones, incluso en la Cancillería argentina, eran las que no permitían que pudiera repatriar los restos de su madre.  A todo esto, continuó con un largo relato, mientras los expositores miraban azorados, sin saber si intervenir o no, donde el personaje en cuestión indicaba que como no había podido resolver su tema con la ayuda de la justicia, se acercaba a este festival donde escritores de novelas policiales se reunían porque necesitaba que la ficción, en este caso, fuera quien tomara su caso y lo resolviera.
Los organizadores del BAN! le pidieron entonces, con la excusa de la falta de tiempo, pues la charla debía concluir, que esperara la finalización de la misma y que lo invitaban a exponer su caso en otro debate, por ejemplo, en uno en el que se hablara de crímenes no resueltos en el marco de la ficción.
Se despidieron los forenses y me quedé esperando a un amigo que justamente, era uno de los expositores, para saludarlo, mientras observaba como mi amigo era interceptado por el señor que le mostraba unos papeles y continuaba con su relato.
Después no supe qué suerte corrió, si pudo o no participar en el festival y si consiguió que algún escritor tomara nota de su problema y a partir de allí resolviese la cuestión.
Salí del Centro Cultural San Martín, donde se desarrollaba la charla, pensando a quién me hacía acordar esa persona.

Unos días después, buscando unos datos en los apuntes que había tomado en Mar del Plata en mayo, encontré una anotación que sólo decía: “el loco del festival”.  Ahí recordé de qué se trataba y a quién me recordaba la persona que había irrumpido en el BAN.  En Mar del Plata, un mes antes, asistí a un festival de novela negra y policial durante el transcurso de cuatro días.  Escritores argentinos y extranjeros se reunieron en esa ciudad, participando de diferentes actividades, mesas redondas y presentaciones de libros.
En todas las que yo participé, un hombre, de características físicas muy similares al que ví un mes después en el otro encuentro, se encontraba presente y también tenía por costumbre llegar promediando las charlas y cuando estaban finalizando o cuando se daba paso a las preguntas de los presentes, comenzaba largas disertaciones, siempre con mucho respeto, y hablaba con mucho conocimiento de la literatura en general, reflexionaba sobre escritores y hasta incluso realizó comentarios con tinte político.  En las primeras ocasiones se lo escuchaba y como mucho se le planteaba que concretara su pregunta o redondeara su alocución.
Con el correr de las mesas y los días, ya todos, escritores, organizadores y público, sabíamos y casi esperábamos la participación de este señor, que siempre estaba solo, no hablaba con nadie, y su aspecto, si bien prolijo, denotaba que su vestimenta había pasado ya unas largas temporadas sin recambio.  Era tan particular, que entre las personas del público le llamábamos “el loco”.
Una noche, la última del festival, se dio por finalizada la última charla y mientras esperábamos el brindis final y un pequeño espectáculo de tango a cargo de uno de los escritores, me acerqué a una de las salidas del salón para responder un llamado telefónico.  Detrás de mí estaba este hombre, noté su presencia cuando se adelantó para abrirme la puerta.  Agradecí su gesto y dejando de lado el llamado que debía atender, lo seguí con la mirada mientras se alejaba.  Estábamos situados en la Plaza del agua, un parque con fuentes y senderitos de piedra por donde caminar.  Lo observé irse por el césped de la plaza, húmedo ya por el rocío debido al horario.  Caminaba rápido y al momento de pasar al lado de la fuente donde chorros de agua se iluminaban con las luces de la calle, de pronto, y estoy segura de no haber quitado nunca la vista de él, desapareció, literalmente.
Lo perdí, corrí hacia el otro lado de la plaza para ver hacia donde se dirigía.  No hubo manera. No lo volví a ver.
Mientras viajaba de regreso, imaginé una historia acerca de su vida. Y recordé el relato del loco que se aparece en todos los festivales.  Un mes después lo reviví en otro festival.

Ahora sé que el mito de “el loco del festival”, tiene mucho de realidad, pero también mucho de fantasía.

Liliana Machicote