lunes, 20 de agosto de 2012

MUDANZA (I)
 
 
Hace treinta días, cuando supe que me mudaría, el primero de octubre parecía muy lejano. Hoy, la fecha se acerca vertiginosamente. De a poco, con escaso tiempo, voy armando mi mudanza. Imagino de qué manera voy a colocar los muebles en la nueva casa, y recorro ferias imaginando cómo voy a armar mi estudio, es la primera vez que tendré uno, sólo para mí.
Comencé con mis libros hace unos días, y aba...
ndoné. Cada uno que tomaba, me hacía volver al momento en que lo leí, observaba anotaciones en los márgenes, pasaba sus páginas, me enamoraba otra vez de alguno de ellos, entonces los dejé. Decidí que las bibliotecas quedarán para el final.
Ahora fui por los placares. Encontré el changuito de bebé que usó Pancho, siempre lo guardé con la esperanza de tener otro hijo, y la vida no me lo dio. Me desprendo de él, en otra familia va a tener mejor uso. Junto con el carrito, estaba el bolso de maternidad y las primeras ropitas con las que lo vestí cuando nació. Se las muestro, levanta la cabeza y me dice: “¿Esa mariconada me pusiste?” (Nota mental: A los adolescentes no les enternecen esas cosas. Menos mal que no guardé su primer diente de leche o su mamadera porque me hubiera lapidado públicamente).
Los últimos ocho años viví acá y no puedo creer las cosas que he guardado “por las dudas”. Me deshice de algunas, aunque encontré un vestido negro que usé hace veinte años y despertó mi lado más frívolo. No resistí a la tentación de probármelo… ahhh, me queda y bien. Me alegré. Cosas de mujeres.
Sigo con algunas cajas, recortes, diarios viejos, escritos, papeles sin importancia, facturas de luz y gas que acarreo de otras mudanzas, carpetas. Mucho va a parar a la basura. “Demasiadas cosas”, pienso, aunque revisé una por una. Y me detuve a leer cosas que escribí, parecen escritas por otra persona. Algunas son buenas, otras, francamente horrorosas. Creo que cuentan con la impunidad que les dio el tiempo. Me pregunto si efectivamente soy otra persona. La duda queda flotando. Aunque algo me dice que sí.
Continué, quise continuar para que los recuerdos no dieran paso a la nostalgia. No tuve suerte, buscando más bolsas en el lavadero, me topé con el canasto donde dormía mi perra, Kilita. Ella murió en esta casa, después de haber sido mi compañera durante diecisiete años. Nunca me desprendí de ese canasto, fue mi manera de retenerla conmigo. Me emocioné en ese momento y lloro ahora mientras escribo.
Ya no pude seguir. Cerré las bolsas que irán a la nueva casa. Saqué al patio las que son para tirar.
Mi nuevo hogar está lleno de andamios y pasto sin cortar, éste está desarmado a medias. No estoy acá pero tampoco estoy allá. Necesito asentarme. Sólo lo hago cuando escribo. Dicen que la mudanza es una de las principales causas de stress. Afortunadamente, siempre tengo un papel, una lapicera o un teclado a mano para contrarrestarlo.

sábado, 11 de agosto de 2012

MIS DIAS DEL NIÑO.





Pensaba en el día del niño. Rememoraba los de mi infancia.  El mundo era diferente, la ilusión, la misma.
Los días previos, en la escuela, los chicos hablaban de lo que pedirían a sus padres, tíos o abuelos.  Aunque había sólo cuatro canales de TV, en las pantallas de los viejos aparatos sin control remoto, se veían publicidades de las muñecas soñadas, algunas caminaban, otras hablaban con un disquito que se ponía en la espalda de plástico.  Autitos, pelotas y pistolas para los varones de las casas.  Para ambos sexos, el Segelín y los juegos de mesa llevaban la delantera en las preferencias.
Había un extra el día del niño, la matineé en el cine de mi pueblo.  Los estrenos llegaban dos meses después que a la capital y sólo algunos privilegiados tenían la posibilidad durante las vacaciones de invierno de viajar unos cien kilómetros y verlas en los grandes cines.  Por lo tanto, la matineé de ese día tenía un gusto especial, era el condimento justo para el festejo.  El viernes previo, en los colegios, se sorteaban entradas.  Todos esperábamos ansiosos la hora de la salida cuando después del saludo a la bandera, la directora sacara el bono ganador y el premiado pasara al frente a recibirlo. 
Quienes no éramos afortunados, fingíamos indiferencia y seguíamos pensando en lo que queríamos recibir el domingo.  Imaginábamos que de alguna extraña manera, nuestras vidas con el juguete en cuestión en nuestras manos, se transformaría. 
Era tanta la fantasía, que ni siquiera se me ocurría pensar en algún tipo de decepción.
Espiaba los movimientos de mi casa.  Disimuladamente observaba si mi padre, encargado de las compras grandes, iba o venía con cajas, bolsas o cualquier indicativo de regalo.  No recuerdo que la mente pudiera distraerse con otra cosa.
Y llegaba finalmente el ansiado domingo.  Me levantaba más temprano que de costumbre y esperaba.  En algún momento de la mañana, que se hacía eterna, entraba el regalo.  Abría la caja expectante, y lo que yo deseaba nunca llegaba.  Era cambiado por algo más “útil” (odié durante años la palabra útil) o quizás más accesible (eso lo entendí mucho tiempo después).
La frustración inicial iba lentamente cambiando y de a poco me convencía a mi misma de lo bonito del juguete o lo interesante del libro (esto último, la mayoría de las veces).
Recuerdo, no sin una sonrisa, que aunque el regalo no era el esperado, restaba todavía una buena parte del día y que en un rato nomás, saldrían a relucir los vestidos domingueros, los zapatos con hebilla y las colitas ajustadas rumbo al cine a disfrutar de chocolatines y caramelos Mu-Mu, mientras unas lágrimas rodaban cuando moría la mamá de Bambi.


Liliana.

martes, 31 de julio de 2012

YO MUJER

Yo soy yo. No importa con quien viva, conviva, o me relaciones.
Contesto. Confronto. Me rebelo. Digo lo que quiero, lo sostengo y me lo banco.
Me disculpo cuando me equivoco. Tardé pero aprendí.
Negocio, no concedo.
No cambio de costumbres, pensamientos, convicciones, por otra persona que no sea yo.
Me resisto a seguir ciertos cánones. Tengo algunas arrugas, si. Y seguramente tendré más. He llorado mucho, pero me he reído más. Y no por eso voy a ir a cirugía y vivir con cara de espantada.
Tengo el cuerpo que la naturaleza me dió. Lejos estoy de las modelos, y qué? Se puede compensar con actitud. A veces cuesta, pero el intento se hace una y otra vez.
Educo a mi hijo como mejor me parece. Equivocándome. Ni machista, ni pollerudo, libre.
Nadie que se atreviera a gritarme o ponerme una mano encima, saldría ileso.
No me toca nadie si yo no quiero que lo haga. La decisión siempre es mía.
Soy grande ya, ni adolescente confundida, ni jovencita atolondrada. Reino sobre mí.
Impaciente. Audaz. Caprichosa. Discutidora. Fuerte. Gritona. Exagerada. Sensible.
Soy mujer. Orgullosa de serlo.




Liliana Machicote

jueves, 12 de julio de 2012

TRABAJO


Por primera vez fui a la botadura de un barco.  Este jueves, en Astilleros Río Santiago, se bautizó y botó un buque, el más grande construido íntegramente en nuestro país en las últimas tres décadas.  Astilleros, como le llamamos acá, fue inaugurado hace casi sesenta años.  Varios presidentes, gobernadores, infinitos funcionarios pasaron.  Muchos llenaron sus bolsillos en su paso por allí.
Pero entrar este jueves a los astilleros y ver a los trabajadores, a los reales, a todos y cada uno de ellos, sonrientes, conversando, felicitándose entre ellos, fue lo que valió la pena.
Porque lo que sucedió, más allá de las motivaciones políticas,  que inevitablemente se vislumbraban, lo que vi en la cara de estos trabajadores fue orgullo.  Satisfacción por la labor realizada.   Meses y meses de frío, de calor… y finalmente el buque al agua, y la posibilidad de seguir trabajando.  Y de hacer el que se viene, el “Juana Azurduy”, todo con sus manos.
Tantos planes sociales, tanto clientelismo que se paga con el dinero de todos, que parecía extraño ver y sentir trabajo de verdad.
Me tocó estar ubicada al lado de un señor, ex empleado de los astilleros, que iba contagiando su emoción mientras me contaba con los ojos llenos de lágrimas, que él se había tenido que ir, obligadamente, en una de las tantas reestructuraciones que pasó la empresa, por eso, para él, éste era un día de dicha, había esperado años y finalmente llegaba el resultado de tanto esfuerzo.  Lo sentía como un triunfo de los trabajadores.
Cuando comenzó la ceremonia, a todos se nos piantó un lagrimón, cuando un empleado de Río Santiago, entonó el himno nacional.  Nos olvidamos del frío, del viento que nos azotaba las caras, porque era de ellos, de los trabajadores, de sus ganas de salir adelante.
Después llegaron los discursos, sindicalistas, ministros, gobernador… pero cuando el buque finalmente fue botado al agua, los que iban en cubierta eran quienes lo habían hecho con sus manos, sonrientes y satisfechos.  Y los que fueron a hacer política, quedaron apoyados en el muelle, como siempre, debajo.




Liliana Machicote.

lunes, 2 de julio de 2012

EL LOCO DEL FESTIVAL

Había escuchado la versión, casi como mito urbano, que cuenta que en todo festival, feria, congreso, etc, donde participe el público,  hay un loco.  Esto es, un personaje conocedor del tema a tratar en las actividades pertinentes (pueden ser literarias, médicas, políticas o de actuación)  que asiste a todas las charlas y debates e interrumpe permanentemente a los oradores con planteos y digresiones.  Siempre, eso si, con un basamento lógico en su interrupción.
Cuando estuve en junio en el BAN! Festival de novela negra en Buenos Aires, asistí a una mesa donde exponían dos forenses, uno de ellos también escritor, acompañados por un periodista del género que oficiaba de moderador.  Al comenzar las preguntas de los asistentes, ingresó un señor con un maletín y se sentó en la primera fila.  Levantó la mano para hacer una pregunta, le alcanzaron un micrófono e hizo una consulta acerca de cuánto tiempo podía estar un cuerpo en una morgue sin descomponerse.  Evacuada la duda por los especialistas, comenzó a relatar, no sin antes pedir disculpas por su llegada tarde a la charla, una larga historia acerca de que su madre había sido asesinada en Miami por una ex pareja con altos contactos en la política y que esas mismas relaciones, incluso en la Cancillería argentina, eran las que no permitían que pudiera repatriar los restos de su madre.  A todo esto, continuó con un largo relato, mientras los expositores miraban azorados, sin saber si intervenir o no, donde el personaje en cuestión indicaba que como no había podido resolver su tema con la ayuda de la justicia, se acercaba a este festival donde escritores de novelas policiales se reunían porque necesitaba que la ficción, en este caso, fuera quien tomara su caso y lo resolviera.
Los organizadores del BAN! le pidieron entonces, con la excusa de la falta de tiempo, pues la charla debía concluir, que esperara la finalización de la misma y que lo invitaban a exponer su caso en otro debate, por ejemplo, en uno en el que se hablara de crímenes no resueltos en el marco de la ficción.
Se despidieron los forenses y me quedé esperando a un amigo que justamente, era uno de los expositores, para saludarlo, mientras observaba como mi amigo era interceptado por el señor que le mostraba unos papeles y continuaba con su relato.
Después no supe qué suerte corrió, si pudo o no participar en el festival y si consiguió que algún escritor tomara nota de su problema y a partir de allí resolviese la cuestión.
Salí del Centro Cultural San Martín, donde se desarrollaba la charla, pensando a quién me hacía acordar esa persona.

Unos días después, buscando unos datos en los apuntes que había tomado en Mar del Plata en mayo, encontré una anotación que sólo decía: “el loco del festival”.  Ahí recordé de qué se trataba y a quién me recordaba la persona que había irrumpido en el BAN.  En Mar del Plata, un mes antes, asistí a un festival de novela negra y policial durante el transcurso de cuatro días.  Escritores argentinos y extranjeros se reunieron en esa ciudad, participando de diferentes actividades, mesas redondas y presentaciones de libros.
En todas las que yo participé, un hombre, de características físicas muy similares al que ví un mes después en el otro encuentro, se encontraba presente y también tenía por costumbre llegar promediando las charlas y cuando estaban finalizando o cuando se daba paso a las preguntas de los presentes, comenzaba largas disertaciones, siempre con mucho respeto, y hablaba con mucho conocimiento de la literatura en general, reflexionaba sobre escritores y hasta incluso realizó comentarios con tinte político.  En las primeras ocasiones se lo escuchaba y como mucho se le planteaba que concretara su pregunta o redondeara su alocución.
Con el correr de las mesas y los días, ya todos, escritores, organizadores y público, sabíamos y casi esperábamos la participación de este señor, que siempre estaba solo, no hablaba con nadie, y su aspecto, si bien prolijo, denotaba que su vestimenta había pasado ya unas largas temporadas sin recambio.  Era tan particular, que entre las personas del público le llamábamos “el loco”.
Una noche, la última del festival, se dio por finalizada la última charla y mientras esperábamos el brindis final y un pequeño espectáculo de tango a cargo de uno de los escritores, me acerqué a una de las salidas del salón para responder un llamado telefónico.  Detrás de mí estaba este hombre, noté su presencia cuando se adelantó para abrirme la puerta.  Agradecí su gesto y dejando de lado el llamado que debía atender, lo seguí con la mirada mientras se alejaba.  Estábamos situados en la Plaza del agua, un parque con fuentes y senderitos de piedra por donde caminar.  Lo observé irse por el césped de la plaza, húmedo ya por el rocío debido al horario.  Caminaba rápido y al momento de pasar al lado de la fuente donde chorros de agua se iluminaban con las luces de la calle, de pronto, y estoy segura de no haber quitado nunca la vista de él, desapareció, literalmente.
Lo perdí, corrí hacia el otro lado de la plaza para ver hacia donde se dirigía.  No hubo manera. No lo volví a ver.
Mientras viajaba de regreso, imaginé una historia acerca de su vida. Y recordé el relato del loco que se aparece en todos los festivales.  Un mes después lo reviví en otro festival.

Ahora sé que el mito de “el loco del festival”, tiene mucho de realidad, pero también mucho de fantasía.

Liliana Machicote

miércoles, 20 de junio de 2012

LA QUERIDA DE MANUEL BELGRANO

Las historias de amor son atrayentes, y más aún cuando se trata de figuras que han marcado a fuego el camino de nuestra nación, porque precisamente son el amor, la pasión y la desventura los que acercan a estos personajes y los vuelve más humanos.
Tal es el caso de Manuel Belgrano, quien durante muchos años de su vida, incluso hasta el día de su muerte, sufrió las penurias de un amor que no pudo concretar su unión eterna a través de los preceptos religiosos.
Corría el año 1812 y Belgrano viajó a Tucumán, al mando de su Ejército del Norte.  Allí conoció a una jovencita de 15 años llamada María de los Dolores Helguero Liendo, y el creador de la bandera argentina, con sus 42 años cumplidos, se enamoró perdidamente de aquella muchacha.
A los pocos meses, Belgrano debió partir hacia otros destinos militares, dejando definitivamente su corazón con María de los Dolores.  Pero poco después conoció a María Josefa Ezcurra, cuñada de Juan Manuel de Rosas, que había sido recientemente abandonada por su primo español, Juan Esteban Ezcurra, al enterarse de que la joven estaba embarazada.
En 1813 nació Pedro Pablo Rosas Belgrano, y entonces el creador de nuestra enseña patria no dudó en ofrecerle su apellido al niño y criarlo como propio.
No pasó mucho tiempo para que la salud de Belgrano comenzara a demostrar la debilidad y fragilidad de su organismo, y las enfermedades comenzaron a plagar su vida perjudicando incluso su ánimo y su espíritu.
A pesar de sus malestares, Belgrano decidió volver a Tucumán, donde se reencontró con su amada Dolores y descubrió que las pasiones continuaban intactas. Belgrano quería casarse y la jovencita ya se había convertido en una mujer de 19 años.  Sin embargo, el padre de la muchacha se opuso a la unión.
En 1819 nació Manuela Mónica,  por lo que Belgrano abandonó Tucumán y por mucho tiempo no regresó.  Fue en ese momento que Dolores fue obligada por sus padres a casarse con un joven catamarqueño apellidado Rivas.
Pocos meses antes de morir, Manuel Belgrano decidió volver a Tucumán junto a su hija Manuela, con el fin de reencontrarse con su gran amor,  pero el destino y las convenciones sociales de la época hicieron imposible la unión.
Pese a que en su testamento el general Manuel Belgrano no reconoció descendencia, tras su muerte se conocieron dos vástagos de su sangre:  Pedro Pablo, hijo de María Josefa Ezcurra, y Manuela Mónica, fruto de la relación del prócer con María Dolores Helguero.

 El general Manuel Belgrano manifestó en su testamento que no tenía ascendientes ni descendientes.  Sin embargo, dejaba en este mundo dos criaturas: Pedro Pablo y Manuela Mónica, de cuyas vidas estuvo permanentemente informado. L os niños tenían, a la fecha de la muerte del padre, casi siete años el mayor y poco mas de un año la menor.  Mucho se ha escrito sobre la actuación pública de Manuel Belgrano pero sobre su vida privada siempre ha pesado un velo de reticencia e informaciones fragmentarias.  Deberíamos destacar facetas íntimas que permitieran completar la imagen histórica de la personalidad de Belgrano.  Sería una contribución seria e importante que da respuesta a la pregunta de por qué este ocultamiento en un documento testamentario.  Podríamos tener una mejor comprensión de Manuel Belgrano, ese personaje admirable que fue, en lo personal, mucho más feliz cuando era un funcionario colonial que cuando actuó como militar. Pero que desempeñó cada uno de sus roles con disciplina y rigor, y cuyo ejemplo estimula nuestra idea de la patria.

domingo, 10 de junio de 2012

DE PALOMAS Y LECHUZAS.





Acabo de encontrar esta foto que tomé el mes pasado cuando estaba en un hotel en Mar del Plata y recordé por qué la había tomado. Salí del ascensor, entré en la habitación, y siguiendo con mis costumbres habituales, ya que el encierro me produce ciertas molestias, abrí el ventanal.  Preparé la ducha y mientras buscaba mis cosas escuché un arrullo que provenía de la ventana.  Yo, que tengo muy poco campo en mi haber, corrí la cortina convencida que el sonido significaba que había una lechuza.
A pesar de mi madre, o probablemente debido a eso, que sostenía y sigue haciéndolo, que las lechuzas son pájaros de mal agüero y cada tanto, hasta aventura un “¡bicho asqueroso!”, yo amo a las lechuzas, y las pocas veces que he visto alguna lo he tomado como signo de buena fortuna.  El caso es que me asomé a la ventana feliz, sin siquiera preguntarme qué corno podía hacer una lechuza durante el día en pleno centro de Mar del Plata y lo que vi, para mi profunda decepción, fue  esta gorda paloma que insistía con sus gritos. 
No soporto a estos plumíferos.  Estos pájaros malsanos, dañinos y sucios, te “cagan”, literalmente.  No hay sinónimo posible para ello.  Es más, eso de que cuando una paloma te caga es augurio de buena suerte, es pura y absolutamente una mentira.  Cómo puede ser que el asqueroso adorno que te dejan en la ropa o en el pelo traiga fortuna.  Creo que lo debe haber inventado la misma persona que inventó aquello de “pisar mierda trae buena suerte”.  La suerte existe, si uno tiene tiempo de ir a cambiarse, si no tiene que estar todo el día arrastrando “eso”.  No le encuentro la buena fortuna .
Por otro lado, las lechuzas, son hermosas, diferentes a otras aves, tienen bonitos ojos grandes, pueden girar sus cabezas, mantienen el equilibrio ecológico y además no cagan a nadie ni a nada.
Durante mi estadía en el hotel, tuve que tolerar el ventanal sucio, ese sonido permanente y además de todo, una mañana muy temprano cuando abrí, no conforme la gorda paloma con molestarme con su presencia, llegó acompañada por otra.  Ambas me miraban y gritaban. Las amenacé con tirarles un libro, aunque desde el segundo piso, un libro iba a ser una pérdida demasiado importante y las palomas no tienen tanto valor, aunque las odie.
Decidí cerrar la ventana e irme, quedaba en claro quiénes eran las dueñas del lugar.
Sigo con la esperanza de cruzarme una lechuza próximamente.  Cuando ese momento llegue, voy a estar segura de tener por delante una jornada con mucha suerte.


Liliana Machicote.

viernes, 1 de junio de 2012

SUBJETIVIDAD.

Por alguna razón me quedé pensando en que yo no podría dedicarme a la crítica literaria. No tengo las armas intelectuales para hacerlo, en mis columnas hablo de libros, sencillamente eso.  Me gusta pensar que “convido” a otras personas con historias, relatos, cuentos, que me han llamado la atención por algo.  No considero tener la capacidad para observar “esto es bueno, esto no…”.
Hace poco, en el Azabache, en Mar del Plata, hubo una mesa de debate entre escritores donde escuché a Federico Andahazi, que creó, en sus primeras palabras hacia el público, un relato, que bien podría haber sido el comienzo de una novela negra, referida a la supuesta muerte de un escritor y la presencia de un crítico literario como sospechoso del crimen.  Minutos después, aclarada  la situación (una especie de microficción), seriamente, dijo algo así: “Si en el marco de un festival como este, apareciera uno de nosotros asesinado, inmediatamente pensaríamos en un crítico, porque en definitiva quienes asesinan a un escritor son los críticos, pues pueden asesinar su obra”.
Una historia que a mí me emocionó, me dio placer, me alegró una tarde, me arrancó una lágrima o una sonrisa, puede ser que a otro lector no le provoque lo mismo.  O viceversa.
No soy capaz de plantarme a pontificar sobre los valores de una obra literaria.  Puedo si, hacer una reseña, hablar sobre la forma que tuvo el autor de contar el cuento.  Pero no más que eso.
Tengo por costumbre tomar notas y “marcar” libros, subrayar, escribir palabras en los márgenes.  Es casi un acto reflejo, siempre leo con un lápiz o una lapicera en la mano.  Y acabo de descubrir que lo que marco habla de mí; una amiga a la que le presté unos libros me lo hizo notar.  En el momento en que leía ese libro, señalé una frase o una palabra que me gustó, me conmovió o quizás todo lo contrario.
Por eso y muchas cosas más (como decía una vieja canción), no podría ser crítica literaria.
Leo mucho, de todo, me sorprendo descubriendo aquellos autores desconocidos que han escrito obras que a mí me parecen maravillosas y sin embargo, me cuesta encontrar otros lectores que los conozcan.
Las historias me gustan o no, me identifico o no, me conmueven o no.  Todos los trabajos literarios tienen para mí su mérito.  Aunque no sean de mi total agrado, un escritor pensó una idea, la desarrolló, la volcó a un papel, y la expuso.  Sólo por eso ya es meritorio. 
Lo demás es subjetivo.

Liliana Machicote

sábado, 26 de mayo de 2012

Sola con su alma

Liliana Machicote




Cené  con mis amigas, con las cuales nos divertimos, reímos, nos contamos anécdotas con lujo de detalles, desdramatizamos situaciones, sabiendo qué diría Freud acerca de lo que esconden  los chistes que nos hacemos.  Buscamos el sentido de la vida sin encontrarlo. 
Cuando regresé, todo el cansancio del largo día desapareció,  y tratando de evitar las reflexiones, me senté en el piso, con un enorme vaso de agua a mi lado, una frazada para taparme, mientras tomaba mis hojas para escribir algo. Escuchaba unos cedes de los cuales me avergonzaría ante mis amigos rockeros y que esa noche me parecían particularmente bonitos, mientras miraba el parque de la enorme casa en la que me alojaba.
Tal vez atraída por la música, tal vez por el frío, quizás se sentía sola, pero una hermosa gata se paró en el ventanal  y estuvo en silencio observándome durante casi dos horas.
Me fui a acostar llevada más por el deseo de que ella se vaya a buscar refugio a otra parte que por mis propias ganas de dormir.
No estaba en condiciones esa noche de hacerme cargo de otra alma, ya bastante trabajo me daba la mía…


martes, 22 de mayo de 2012



Abuela Teresa




Liliana Machicote


La hermosa mujer de la foto es mi abuela Teresa. Hace unos días fue el aniversario de su fallecimiento,  pero se que le gustaría que la recordara hoy,  22 de mayo,  que es su cumpleaños.  Soy su nieta mayor y ella es mi abuela materna.  Así,  soy y es,  en tiempo presente.   Nunca habrá verbos conjugados en tiempo pasado para nosotras.   Nos adoramos.   Ahora y siempre.
Heredé el color de sus ojos y me dio el origen italiano.   Su familia era de Génova.   Algún día voy a viajar allí en su honor.
Heredé su carácter, o al menos eso me gusta creer.  “Chinchuda” decía Teresa,  “tremendo carácter” decían otros.   Siempre estaba apurada,  como yo,  a veces para no ir a ninguna parte.  Cuando fui creciendo,  ella me apañó en aquellas situaciones que escandalizaban a mi madre.  Le divertía verme cuando me preparaba para salir los sábados por la noche.  A sus ojos, yo era una estrella de la TV.  Todo le gustaba, “eso se usa” sentenciaba cuando Alicia, su hija, mi madre,  se quejaba por algún escote o pollera demasiado corta.
Mi abuela paterna me enseñó a cocinar, y mi abuela Teresa me enseñó algo que jamás olvidaré, me enseñó a jugar a las cartas.  Pasábamos  las tardes de domingo en su casa haciéndolo,  y cada vez que veo un mazo, la recuerdo, aunque me faltan los porotos que guardaba en un cajón que tenía la mesa.  Claramente,  no es una típica abuela de esas de los cuentitos, sólo fue dos o tres años a la escuela pero tiene la sabiduría que da la vida.  Conmigo fue todo lo moderna y permisiva que no fue con sus hijas, y tenía un consejo a mano para darme, siempre y cuando yo se lo pidiera.  Aún hoy.
Mujer de campo, dura y emprendedora, independiente y mandona.  Sólo la vi llorar dos veces en mi vida, cuando murió mi abuelo y el día que me casé.   Recuerdo haberme quebrado cuando me di vuelta y la vi en el primer banco de la iglesia con su cara mojada por las lágrimas y el pañuelo en su mano.  Años después nació mi hijo, y ella orgullosa contaba dos cosas: Que era bisabuela y que su primer bisnieto se llamaba como mi abuelo.
Cumplimos años con diferencia de días y nos gustaba decir que por eso eramos las mejores. Cuando se fue, estábamos preparando nuestros cumpleaños.  Fue el día más triste de mi vida.
Me gustaría escribir muchas cosas más sobre ella.  Será otro día.  Es el día de su cumpleaños y se va a enojar mucho si me ve llorando.

sábado, 19 de mayo de 2012

Los sueños de Ana
(Final)

Liliana Machicote

Al día siguiente tocó el turno de los testigos que la fiscalía había citado.  Dos efectivos de la policia federal, que fueron quienes intervinieron una vez que un adolescente, a la sazón, hijo de la víctima, los había llamado al número de la central de emergencias.  Refirieron los oficiales que encontraron al hijo de la víctima muy serio frente a la casilla, rodeado de curiosos, pero sin dejar que nadie ingresara a la vivienda.
Que una vez dentro de la misma, encontraron el cadáver de Gomez y un cuchillo ensangrentado a su lado.  Unos metros más allá, ubicaron dos camas compartidas por varios menores, cuatro indican, y una mujer sentada en el piso con la cabeza apoyada en una de las camas. Que el adolescente les realizó una seña con la cabeza, indicación que tomaron como una acusación y habiendo tomado con los pertinentes cuidados el cuchillo encontrado en la morada para ser enviado a peritar,  llamaron a la oficina de trabajo social de capital federal y una vez realizado el mencionado trámite procedieron a la detención de la ciudadana Ana Suarez.
El fiscal le preguntó al primero de los policías si la acusada se había resistido a la detención y que asimismo dijera si le constaba que la misma se había comportado de forma violenta. El oficial contestó que la señora simplemente había besado a cada uno de sus hijos y que en forma alguna, tenía el aspecto de una persona agresiva.  El segundo oficial agregó a la misma cuestión, que la acusada parecía una persona muy tranquila y que las pocas veces que había respondido a algunas de sus preguntas, lo había hecho en forma correcta y con mucha delicadeza.
El abogado defensor descartaría entonces la posibilidad de preguntar a los oficiales de la policía, dando lugar el tribunal a que subieran al estrado los peritos psicológicos.
Ana trató de preguntarles a aquellas personas que la acompañaban de qué estaban hablando, que ella sólo deseaba volver a su casa con su familia, a lo que la abogada que acompañaba al defensor le hizo una seña para silenciarla y darle a entender que después le explicaría.
Pudo ver en ese momento a una de esas señoras que venían por las tardes a charlar con ella a aquel lugar donde se encontraba ahora alojada.  La Dra. Ramos, psiquiatra, comenzó a responder las preguntas que le hacía el fiscal. Escuetamente respondió una a una las primeras preguntas que se le hicieron:
FISCAL:  “Es uno de los casos más raros de asesinato que ha acontecido últimamente en el país, esta mujer estuvo, según su criterio, esperando la oportunidad para asesinar a su esposo?”
DRA.  RAMOS: “No, no lo creo en absoluto”
FISCAL: “¿No considera usted que debido a la saña con la actuó su acción fue premeditada?”
DRA. RAMOS: “ En modo alguno podría sostener que la acusada actuara con premeditación”
FISCAL: “Y cómo explica usted el ensañamiento?”
DRA. RAMOS: “Eso es explicable desde el punto de vista del hartazgo de esta mujer hacia el maltrato al que ha sido sometida y…”
FISCAL: “Ninguno de los testigos ha hablado aquí de maltrato…”
DRA. RAMOS: “Es verdad, este tipo de violencia intrafamiliar al que la acusada fue sometida difícilmente tenga testigos”.

El fiscal desiste de seguir preguntando, por lo que el tribunal indica que sea el defensor el que continúe.

DEFENSOR: “Dra. Ramos, ya nos ha dicho que cree que la acusada es incapaz de actuar con premeditación, ¿verdad?”
DRA. RAMOS:  “No lo podría sostener”.
DEFENSOR:  “¿Podría decirle a este tribunal qué cree usted qué sucedió?”
DRA. RAMOS: “De acuerdo a lo conversado en las sesiones que este tribunal me ordenara tener con la acusada, podría decir, casi sin temor a equivocarme que Ana Suarez no alcanza a comprender lo sucedido el día del hecho. Sólo recuerda dormir junto a sus hijos y que fue despertada por personas desconocidas que la tomaron de los brazos, la subieron a un auto, y la condujeron a una dependencia policial”.
DEFENSOR:” Pero doctora, reitero mi pregunta, ¿qué cree usted que sucedió?”
DRA. RAMOS: “Los elementos que he recabado en mis conversaciones con la sra. Suarez no me permiten explicar que fue lo sucedido, simplemente me limito a observar. Por lo hablado con la acusada, he observado que me habla con mucho amor de sus hijos, relata las comodidades de su casa y las bondades de su esposo, a quien llama ´el príncipe´”.
DEFENSOR: “Entonces, ¿por qué mencionó usted en su relato hacia el fiscal, la posibilidad de violencia intrafamiliar a la que Ana se encontraría sometida?”.
DRA. RAMOS: “Claramente, no es mi especialidad, pero algunos estudios neurológicos realizados podrían indicar que algunas personas, en este caso la señora Suarez, encontrándose sometidas a enormes presiones y maltratos de parte de las personas que más aman, decidirían inconscientemente, crearse una realidad que se podría llamar paralela, donde todo lo que realmente sucede no existe y ellas viven en otra realidad, sin dejar de realizar sus actos más cotidianos, pero siempre dentro de esa realidad que su mente creó”.
DEFENSOR: “¿Pero por qué debería la acusada haberse creado esta realidad paralela?”
DRA. RAMOS: “Como le dije al principio, no es mi especialidad, de todos modos creo, habiendo conversado varias veces con la acusada y no habiendo ella demostrado ningún tipo de remordimiento por lo hecho, pero a la vez no habiendo encontrado en ella el menor rastro de maldad, creo suponer que no tiene real dimensión de lo sucedido. Todo el tiempo me ha preguntado por sus hijos y su esposo, pidiendo volver con ellos”.
El defensor decidió no hacer más preguntas.
Así transcurrieron los siguientes días en la sala del juzgado. Ana seguía mirando a todas aquellas personas que por allí pasaban y hablaban de una mujer que había asesinado a su esposo.
Ana no comprendía, pero se compadecía de aquella mujer que había llegado a tal extremo, se preguntaba así misma, sin obtener respuesta alguna, qué podía ser lo que habría ocurrido con aquella persona, y a aquella familia. 
Continuaba extrañando mucho a sus hijos y a su príncipe.  Preguntaba constantemente por ellos y nadie le daba explicaciones que la conformaran.
Cuatro días después vinieron nuevamente a buscarla aquellas señoras amables que la llevaban a la sala diariamente, donde Ana había granjeado simpatías de parte de los custodios y oficiales que allí trabajaban, siempre educada, y con una tímida sonrisa saludaba a cada uno de ellos. Hasta con las señoras que se ocupaban del mantenimiento del lugar había estado alguna tarde, mientras esperaba la orden para entrar, hablando acerca de sus hijos y les preguntó, incluso, por los hijos de estas empleadas.
Aquel día entonces, después que todos tomaron asiento en el lugar, el secretario del juzgado procedió a leer una gran cantidad de páginas que tenía en su mano.  Ana escuchó que la nombraban y también mencionaban el nombre del príncipe y comenzó a prestar especial atención.
“…dicho esto, según los peritos actuantes en este caso… cabe destacar que la aquí acusada Ana Suarez ha creado una realidad paralela… siendo así la manera que su psiquis encontró de mantenerse fuera de una realidad que le es esquiva…”
Continuaba leyendo: ”…era permanentemente golpeada por el occiso Gomez… en una habitación construída con unas chapas y algunas maderas, donde permanentemente el frío y el agua hacen que el mismo sea un lugar inhabitable…”
“el día de los hechos...el occiso, agredió a los niños en forma brutal… la señora Suarez tomó un cuchillo que se encontraba en la parte de la habitación que se utilizaba para cocinar… atestó tres puñaladas, siendo la primera de ellas mortal…”
“…conviniendo los jueces intervinientes declarar inimputable…
…Por lo tanto, este tribunal dictamina que dado el estado mental de la señora Ana Suarez será atendida para su mejor contención y tratamiento en un hospital neuropsiquiátrico…
Las mismas personas que habían acompañado a Ana durante todo este tiempo, ocupándose de sus traslados, la acompañaron a la salida de la sala, y ayudaron a subir a un móvil policial en el que fue llevada a un edificio grande, pintado de blanco, con grandes habitaciones y parque.
Se encontraban muchas mujeres que Ana veía que hablaban solas, otras eran ayudadas a caminar.  Se escuchaban gritos a lo lejos.
Fue conducida a un pabellón con otras mujeres.
Se encontraba diariamente con una de las profesionales que había visto durante el período que había durado el juicio.  Ana la apreciaba y se sentía cómoda con ella y con las demás mujeres del lugar. 
A todas ellas les contaba lo bonita que era su casa y lo maravillosa que era su familia.
Un día le anunciaron que tenía visitas, se iluminó su cara y siguió apresuradamente a la enfermera. 
Cuando llegó a la salita de visitas se encontró con su hijo, el mayor, aquel que le hizo frente a su padre el día que cambiaría el destino de todos.
Se abrazaron, quedaron en silencio unos minutos y ella comenzó a preguntarle por sus hermanos, a lo que el joven respondía que estaban bien, que estaban bien cuidados y que pronto los volvería a ver, cuando se sintiera mejor.  Unas lágrimas corrían por las mejillas de Ana pensando en la posibilidad de estar junto a sus niños. Trató de recomponerse y preguntó entonces por el príncipe, su esposo.  Una sombra apareció en la cara de su hijo. Un silencio que duró instantes y pareció eterno. Su hijo respondió: “Está bien donde está…”
Ana dudó, lo miró fijamente y le dijo: “¿alguna vez te conté la historia de la princesa que dejó el reino de sus padres para formar su propio reino con un príncipe de ojos azules?...”

Y Ana volvió a ser feliz.





lunes, 14 de mayo de 2012

Los sueños de Ana.

Liliana Machicote
(segunda parte)


Durante dos días nada se supo del príncipe, aquello no era infrecuente, muchas veces había estado sin volver a su hogar, pero a diferencia de esta ocasión, las veces anteriores siempre enviaba a un mandadero con noticias suyas.
Ana se preocupó, quizás demasiado, de todos modos trató de no transmitirle a sus hijos sus pensamientos.  Y esa misma noche el príncipe volvió.  La misma mirada fija en Ana, dura, triste, desesperada.  Los niños miraban asustados a su padre, Ana siempre les había contado bonitos cuentos de hadas donde los ogros tenían esa mirada que reconocieron en su padre.  Sólo uno de ellos se atrevió a pararse frente a su padre, el mayor.  Y cuando sus ojos se enfrentaron, algo hizo reaccionar al príncipe que le propinó sin decir nada tremendo golpe en la cara del joven. Ana se abalanzó sobre su hijo y trató de protegerlo con su cuerpo.  De nada valió. El príncipe enajenado, golpeaba una y otra vez a su hijo, golpeando a su vez a la princesa Ana.  Los más pequeños no llegaban a comprender qué era lo que estaba sucediendo y gritaban y lloraban, no podían ver a su padre en aquel estado y no soportaban ver a su madre y a su hermano mayor siendo golpeados por aquel hombre que supuestamente los amaba y siempre los había tratado bien.  Aquella intensidad con la que siempre los había querido, parecía haberse convertido en otra cosa, y su corta edad no les permitía entender lo sucedido. 
Al ver que su esposo se había quedado inmóvil, recostado sobre una pared, Ana sin dejar de abrazar a su hijo mayor, cobijó a todos los niños entre sus brazos y los acompañó lentamente hacia sus camas sin bajarle en ningún momento la mirada al príncipe que estaba con la cabeza gacha, como avergonzado por lo sucedido.  Una vez que sus hijos se calmaron, Ana les comenzó a contar un bonito cuento acerca de una princesa de un reino remoto, que había dejado a su familia un día para formar su propio reino lejos…


En la sala de audiencias del tribunal en lo criminal número 2 de la capital, los periodistas y curiosos cuchicheaban a la espera del ingreso de los miembros del tribunal.  Los jueces eran tres, dos hombres y una mujer.  Se encontraban también la sala, los  dos abogados defensores, el fiscal y su equipo, funcionarios policiales, investigadores, peritos forenses, peritos psicólogos y psiquiátricos.
Los miembros del tribunal ingresaron y comenzó a darse lectura de los hechos.
“El día 3 de noviembre del año 2010 vecino de la zona es encontrado muerto en su propia cama en la villa 31 de Retiro de esta capital. La víctima, identificado como Carlos Alberto Gomez, de cuarenta y cuatro años, fue hallado muerto sobre su cama, presumiblemente herido mortalmente con arma blanca, con la cabeza sobre el pecho y con una extraña sonrisa en la boca. La policía federal encontró sobre la mesa de noche un cuchillo de cocina. La víctima no muestra signo alguno de tortura física y al parecer no puso resistencia al ataque.
 De acuerdo a los datos recabados por las autoridades ministeriales se supo del levantamiento de cadáver del occiso, a las 8 de la mañana del 4 de noviembre, en su morada, específicamente en la manzana 22, casilla 8 de la mencionada villa de emergencia de esta capital”.
Ana miraba sin entender de qué hablaban aquellas personas, sólo pensaba que hacía varios días o quizás meses que no veía a sus hijos y tampoco al príncipe.  No comprendía cómo, cuándo y quiénes la habían sacado de su palacio. Observaba a aquellos desconocidos que la miraban.  Algo había pasado, unas buenas personas iban a verla siempre y le hacían preguntas que ella no sabía responder.  La princesa sólo les hablaba de sus hijos y de su príncipe, y nadie parecía comprenderle cuando les hablaba de lo bonito de su hogar, con aquellas cascadas cuando llovía, de las hermosas ventanas por las que ella veía a sus hijos jugar y pasar el otoño.  Les explicaba que el otoño había pasado, por el color que habían tomado las hojas de los árboles y que estaba llegando la época que ella más disfrutaba cuando era pequeña, ya que sus padres, los reyes, la llevaban a un lugar muy bonito lleno de flores y lagos donde refrescarse y que siempre había ansiado poder llevar a sus hijos a ese lugar donde había sido tan feliz.  Contaba a estas personas que la visitaban las hazañas de aquel príncipe que la había enamorado hacía ya varios años y el amor que se prodigaban entre ellos y a sus hijos.
La fría letra del tribunal continuaba relatando lo que después la crónica periodística reflejaría como  “…los fiscales de la acusación y los abogados de la defensa discreparon hoy sobre la credibilidad de uno de los testigos presentados en el juicio oral por el asesinato de Carlos Alberto Gomez. La situación se presentó al escuchar a tres personas, entre ellas un vecino, convocados por las dudas surgidas tras la declaración de una testigo que presentó la defensa de Ana Suárez, sindicada de ser la presunta autora del crimen. El proceso ingresó en la fase final pero el tribunal decidió aclarar las contradicciones de la señora María Elizabeth Vaca, testigo a favor de Ana Suárez. Hoy, el abogado Máximo Etchepare confirmó que fue asesor de Elizabeth Vaca y que ella firmó una retractación, en otro proceso, ante la Fiscalía del Distrito. El abogado dijo que la retractación fue voluntaria de parte de su cliente y que no hubo presión de los fiscales. Con ello, los fiscales se mostraron satisfechos porque la testigo de la defensa quedó mal parada. El abogado, Etchepare, se quejó ante el tribunal porque la información constantemente “mostraba a su defendida como culpable”, según dijo. También protestó porque el periodista desobedeció una presunta orden del juez para no fotografiar a la acusada. Uno de los jueces, Luis Coronel, aclaró que se había autorizado al periodista a tomar gráficas con la prevención de que no se muestre a la sospechosa como si fuera culpable, porque el juicio todavía no ha concluido. La detenida y hasta ahora, presunta culpable Ana Suarez continúa sin declarar por consejo de su abogado defensor.
El juicio oral proseguirá mañana, cuando se volverá a escuchar a la testigo del entredicho.
¿Por qué no estarían sus hijos con ella si jamás se habían separado? ¿Y donde estaría el príncipe? ¿Los habría llevado quizás a un paseo? No, no, Ana borraba esa idea de su mente, nunca se irían sin despedirse y comunicarle que salían.
La perito especialista en trabajo social subió al estrado y luego de los juramentos de rigor, comenzaron los abogados a hacerle preguntas respecto de Ana Suarez, el occiso Carlos Alberto Gomez y la constitución familiar.
La trabajadora social describía la paupérrima situación económica de la familia desde que habían llegado a la capital desde Chaco hacía ya varios años.  La pobreza del hogar familiar era tal, que permanentemente había rajaduras en los techos y las paredes hacen que el lugar sea prácticamente inhabitable, más aún habiendo niños.  Describe la situación que se suscita los días de lluvia con agua corriendo por los precarios pisos de la vivienda y arrasando con los muebles y escasa ropa que se encuentran en la casa.  Comenta, ante una pregunta del fiscal que el día que el tribunal la envió a realizar la ambiental a la casilla que pertenecía a la familia todo se encontraba limpio y ordenado a pesar de las necesidades evidentes.
Ana miraba a esta señora que no conocía y pensaba en lo bonito del colorido del agua de sus cascadas. Y recordaba lo feliz que era en su palacio, esperanzada con ver pronto a sus hijos y regresar a su hogar con su príncipe.
Comenzaron a subir al estrado caras familiares para Ana, a las que miró con cariño y les sonrió, esos rostros la miraban con cierta tristeza y compasión que no llegaba a comprender.  Las tres personas citadas por la defensa, contaban los gestos de buena vecina de Ana, y que a pesar de ser una persona retraída, coincidían en que siempre tenía una sonrisa en sus labios y un tímido saludo hacia todos.  Indicaron también, que cualquiera fuera la época del año, ella acompañaba a sus hijos a la escuela cercana al asentamiento y que siempre los veían de la mano, prolijos y muy bien educados.
Respecto de su esposo Carlos Alberto Gomez, indican que se lo veía poco por el asentamiento, siempre realizando pequeños trabajos de albañilería o “changas” por la capital pero que últimamente lo habían visto poco y se lamentaban de haberlo cruzado por los corredores en estado de ebriedad y que por dichos de otros vecinos conocían que el trabajo escaseaba mucho estos últimos meses y que eso, suponían, podría haberlo convertido en “pendenciero”, bebiendo y buscando pelea por el barrio.
¿Dónde estaría su príncipe? Ana pensaba en lo que cocinaría para esperarlo, los ricos manjares que había aprendido a preparar de pequeña y a él tanto le gustaban seguramente serían lo más adecuado.  Sobre todo porque tenía la noción de que hacía ya varios días ella faltaba de su casa y estaba esperando, según le habían explicado unas señoras, que aquellas personas decidieran cuando podía volver.

(continuará)

domingo, 6 de mayo de 2012

Los sueños de Ana


Liliana Machicote





A Ana le encantan los primeros días del otoño, las hojas secas que vuelan cuando hay viento y se amontonan formando un compacto de colores le provocan alegría, marca el comienzo de algo nuevo. Esas primeras gotitas de frío que comienzan a pegarse en los vidrios producen a la vista formas intrigantes para descubrir cuando se sienta a observarlas. Ana comienza a preparar los abrigos para sus hijos, un par de grados menos de temperatura ya ameritan algo más tibio para sus cuerpos pequeños. Cinco hijos le dio la vida, siempre soñó con una familia grande y la tiene, sus hijos son su máxima felicidad a pesar de que a veces las cosas entre ellos se ponen complicadas por su edad. Peleas, discusiones y reclamos son moneda común en niños de esas edades. A pesar de que a veces merecerían algo más que una simple reprimenda leve, Ana jamás levanta la voz, siempre se dirige a ellos con las palabras más dulces y tranquilas, tratando de hacerlos entrar en razón. Sus hijos, probablemente debido a que ella no eleva el tono, la escuchan y por un rato al menos parecen obedecerle. No sólo es a sus pequeños hacia quienes se dirige de ese modo, Ana trata con dulzura a todos, nunca está de malhumor, siempre tiene una sonrisa y una palabra tierna para quienes la conocen o para las ocasionales personas que cruza por la calle.


Ana siempre soñó con lo que tiene, una casa con hermosa vista, plantas a su alrededor, cortinas livianas que apenas se mueven con la brisa, muebles bellos que demuestran que una familia los utiliza y los vive, como esa vida hermosa que ellos llevan. Sus hijos y su familia son lo mejor que le sucedió, construyó pasó por paso cada momento de su existencia.


Ana es feliz. Ana nació siendo una princesa, siempre lo supo, creció con ello. Cuando nació, el mundo se convirtió en un mejor lugar y a medida que fue creciendo y convirtiéndose en una hermosa mujer, el mundo mejoraba. Sus padres, los reyes, la adoraban, vivían para ella en desmedro quizás hasta de sus propias obligaciones. La educaron y criaron con todo el amor que alguien puede recibir y ella los recompensaba día a día con su bondad, su alegría y su generosidad.


Un día, como suele suceder, la hermosa princesa conoció a su príncipe. Alto, apuesto, con unos profundos ojos azules que la deslumbraron cuando lo vio. Y así fue que muy a pesar de los reyes, la princesa dejó el reino en el que había nacido para formar el propio. Enseguida fueron llegando los hijos y la felicidad de Ana era cada vez mayor. A veces caía en un dejo de melancolía debido a su falta de contacto con los reyes, pero ellos la habían preparado para que un día partiera y formara su propio reino. Su vida de pequeña había quedado atrás y sus hijos y su príncipe formaban todo su mundo. Tal vez, algún amanecer la encontrara con alguna lágrima surcando su rostro, a pesar de no decirlo, tenía melancolía del tiempo pasado, pero no porque no fuera inmensamente dichosa, simplemente algunos recuerdos acudían a su mente. Pero ella sabía que cuando decidió partir junto a su príncipe su mundo sería diferente y eso era lo que contaba.


Sus hijos crecían sanos y fuertes, alegres como era Ana. Disfrutaba verlos jugar, y cuando en aquellos días de lluvia la cascada formaba cortinas de agua, se reunía con ellos a observarla descubriendo las figuras que formaban e inventando historias. Ana era feliz.


Su príncipe era su compañero, la amaba como ella a él, intensamente. Habían formado una familia, la que tanto ella había soñado cuando pequeña mientras imaginaba historias de amor. Era amable, generoso, gentil; era lo que ella siempre había soñado.


A veces estaba varios días sin volver a su casa porque debía partir a visitar comarcas cercanas, y Ana lo extrañaba. Si él no estaba Ana sentía que algo le faltaba pero entendía las razones por las cuales él se iba. Los últimos tiempos lo notaba preocupado, algo no estaba bien, pero cuando le preguntaba al respecto, no le contestaba, y ella lo permitía, era su manera de decirle que no se preocupara, que todo estaba bien y que nada les pasaría a ella o a los niños.


La preocupación crecía en él y Ana lo sabía, conocía a su príncipe mucho, conocía sus gestos, su particular forma de mirarla, la forma que tomaban sus ojos al hablar y el frunce de su ceño. Había notado que se dirigía a sus hijos quizás de una manera más brusca, menos amorosa. Pero su príncipe los amaba, ella lo sabía y por eso Ana era feliz.


Con todo aquello y a pesar de que Ana notaba que él iba cambiando y volviéndose más parco y retraído, ella continuaba prodigándole los mismos cuidados de siempre al príncipe y a sus hijos, cuidándolos de la misma manera que lo hacía siempre sin dejar de caer su ánimo, por el contrario, reforzaba sus sonrisas, sus atenciones para que nada cambiara y para que el ambiente que los rodeara siempre fuera igual, si era posible, más alegre, más luminoso y entonces Ana era feliz.


Un día cualquiera, el príncipe llegó molesto, más cansado que otros días, casi cayéndose, caminando a los tumbos, tirando cosas a su paso, sin prestar siquiera atención a uno de sus hijos que dormía allí. Ana no entendía, no era la primera vez que el príncipe llegaba tarde pero era el día que había llegado más enfadado. Sus ojos estaban vidriosos, y su mirada perdida. La princesa Ana no sabía cómo reaccionar. Trato de darle su apoyo, ayudarlo a llegar a su cama, alcanzarle agua, acompañarlo… pero él la miró de una manera en la que nunca lo había visto.

Pasaron los días y todo fue volviendo de a poco a la normalidad. Los niños abocados a su instrucción y Ana con ellos siempre. Se esmeró para que el palacio luciera mejor que nunca, cortando incluso unas flores de su jardín y adornando pequeñas vasijas con ellas. No mencionó el incidente ocurrido noches atrás con el príncipe, a pesar de que aquella mirada había quedado impresa en su retina. Algunas noches después, volvió a suceder aquello mismo, el príncipe llegó agotado del campo y Ana notó el nerviosismo que la situación provocó en sus hijos, jamás habían visto a su padre así y se asustaron. Ana trató de acompañarlos a sus camas con la mayor tranquilidad que pudo sacar de sus adentros, sin demostrarles a ellos su preocupación. Volvió hacia el lugar donde se encontraba el príncipe y lo encontró nuevamente con aquella mirada. Cuando trató de acercársele, él simplemente la empujó contra una mesa y Ana quedó muy quieta sólo observándolo. No atinó siquiera a pensar algo, o quizás si, su mente era un remolino que no le permitía actuar, y se quedó inmóvil observándolo. El nada dijo, sólo se marchó por el mismo lugar por el que había entrado un rato antes.(continuará)