TRABAJO
Por primera vez fui a la botadura de un barco. Este jueves, en Astilleros Río Santiago, se bautizó y botó un buque, el más grande construido íntegramente en nuestro país en las últimas tres décadas. Astilleros, como le llamamos acá, fue inaugurado hace casi sesenta años. Varios presidentes, gobernadores, infinitos funcionarios pasaron. Muchos llenaron sus bolsillos en su paso por allí.
Pero entrar este jueves a los astilleros y ver a los trabajadores, a los reales, a todos y cada uno de ellos, sonrientes, conversando, felicitándose entre ellos, fue lo que valió la pena.
Porque lo que sucedió, más allá de las motivaciones políticas, que inevitablemente se vislumbraban, lo que vi en la cara de estos trabajadores fue orgullo. Satisfacción por la labor realizada. Meses y meses de frío, de calor… y finalmente el buque al agua, y la posibilidad de seguir trabajando. Y de hacer el que se viene, el “Juana Azurduy”, todo con sus manos.
Tantos planes sociales, tanto clientelismo que se paga con el dinero de todos, que parecía extraño ver y sentir trabajo de verdad.
Me tocó estar ubicada al lado de un señor, ex empleado de los astilleros, que iba contagiando su emoción mientras me contaba con los ojos llenos de lágrimas, que él se había tenido que ir, obligadamente, en una de las tantas reestructuraciones que pasó la empresa, por eso, para él, éste era un día de dicha, había esperado años y finalmente llegaba el resultado de tanto esfuerzo. Lo sentía como un triunfo de los trabajadores.
Cuando comenzó la ceremonia, a todos se nos piantó un lagrimón, cuando un empleado de Río Santiago, entonó el himno nacional. Nos olvidamos del frío, del viento que nos azotaba las caras, porque era de ellos, de los trabajadores, de sus ganas de salir adelante.
Después llegaron los discursos, sindicalistas, ministros, gobernador… pero cuando el buque finalmente fue botado al agua, los que iban en cubierta eran quienes lo habían hecho con sus manos, sonrientes y satisfechos. Y los que fueron a hacer política, quedaron apoyados en el muelle, como siempre, debajo.
Liliana Machicote.
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