lunes, 14 de mayo de 2012

Los sueños de Ana.

Liliana Machicote
(segunda parte)


Durante dos días nada se supo del príncipe, aquello no era infrecuente, muchas veces había estado sin volver a su hogar, pero a diferencia de esta ocasión, las veces anteriores siempre enviaba a un mandadero con noticias suyas.
Ana se preocupó, quizás demasiado, de todos modos trató de no transmitirle a sus hijos sus pensamientos.  Y esa misma noche el príncipe volvió.  La misma mirada fija en Ana, dura, triste, desesperada.  Los niños miraban asustados a su padre, Ana siempre les había contado bonitos cuentos de hadas donde los ogros tenían esa mirada que reconocieron en su padre.  Sólo uno de ellos se atrevió a pararse frente a su padre, el mayor.  Y cuando sus ojos se enfrentaron, algo hizo reaccionar al príncipe que le propinó sin decir nada tremendo golpe en la cara del joven. Ana se abalanzó sobre su hijo y trató de protegerlo con su cuerpo.  De nada valió. El príncipe enajenado, golpeaba una y otra vez a su hijo, golpeando a su vez a la princesa Ana.  Los más pequeños no llegaban a comprender qué era lo que estaba sucediendo y gritaban y lloraban, no podían ver a su padre en aquel estado y no soportaban ver a su madre y a su hermano mayor siendo golpeados por aquel hombre que supuestamente los amaba y siempre los había tratado bien.  Aquella intensidad con la que siempre los había querido, parecía haberse convertido en otra cosa, y su corta edad no les permitía entender lo sucedido. 
Al ver que su esposo se había quedado inmóvil, recostado sobre una pared, Ana sin dejar de abrazar a su hijo mayor, cobijó a todos los niños entre sus brazos y los acompañó lentamente hacia sus camas sin bajarle en ningún momento la mirada al príncipe que estaba con la cabeza gacha, como avergonzado por lo sucedido.  Una vez que sus hijos se calmaron, Ana les comenzó a contar un bonito cuento acerca de una princesa de un reino remoto, que había dejado a su familia un día para formar su propio reino lejos…


En la sala de audiencias del tribunal en lo criminal número 2 de la capital, los periodistas y curiosos cuchicheaban a la espera del ingreso de los miembros del tribunal.  Los jueces eran tres, dos hombres y una mujer.  Se encontraban también la sala, los  dos abogados defensores, el fiscal y su equipo, funcionarios policiales, investigadores, peritos forenses, peritos psicólogos y psiquiátricos.
Los miembros del tribunal ingresaron y comenzó a darse lectura de los hechos.
“El día 3 de noviembre del año 2010 vecino de la zona es encontrado muerto en su propia cama en la villa 31 de Retiro de esta capital. La víctima, identificado como Carlos Alberto Gomez, de cuarenta y cuatro años, fue hallado muerto sobre su cama, presumiblemente herido mortalmente con arma blanca, con la cabeza sobre el pecho y con una extraña sonrisa en la boca. La policía federal encontró sobre la mesa de noche un cuchillo de cocina. La víctima no muestra signo alguno de tortura física y al parecer no puso resistencia al ataque.
 De acuerdo a los datos recabados por las autoridades ministeriales se supo del levantamiento de cadáver del occiso, a las 8 de la mañana del 4 de noviembre, en su morada, específicamente en la manzana 22, casilla 8 de la mencionada villa de emergencia de esta capital”.
Ana miraba sin entender de qué hablaban aquellas personas, sólo pensaba que hacía varios días o quizás meses que no veía a sus hijos y tampoco al príncipe.  No comprendía cómo, cuándo y quiénes la habían sacado de su palacio. Observaba a aquellos desconocidos que la miraban.  Algo había pasado, unas buenas personas iban a verla siempre y le hacían preguntas que ella no sabía responder.  La princesa sólo les hablaba de sus hijos y de su príncipe, y nadie parecía comprenderle cuando les hablaba de lo bonito de su hogar, con aquellas cascadas cuando llovía, de las hermosas ventanas por las que ella veía a sus hijos jugar y pasar el otoño.  Les explicaba que el otoño había pasado, por el color que habían tomado las hojas de los árboles y que estaba llegando la época que ella más disfrutaba cuando era pequeña, ya que sus padres, los reyes, la llevaban a un lugar muy bonito lleno de flores y lagos donde refrescarse y que siempre había ansiado poder llevar a sus hijos a ese lugar donde había sido tan feliz.  Contaba a estas personas que la visitaban las hazañas de aquel príncipe que la había enamorado hacía ya varios años y el amor que se prodigaban entre ellos y a sus hijos.
La fría letra del tribunal continuaba relatando lo que después la crónica periodística reflejaría como  “…los fiscales de la acusación y los abogados de la defensa discreparon hoy sobre la credibilidad de uno de los testigos presentados en el juicio oral por el asesinato de Carlos Alberto Gomez. La situación se presentó al escuchar a tres personas, entre ellas un vecino, convocados por las dudas surgidas tras la declaración de una testigo que presentó la defensa de Ana Suárez, sindicada de ser la presunta autora del crimen. El proceso ingresó en la fase final pero el tribunal decidió aclarar las contradicciones de la señora María Elizabeth Vaca, testigo a favor de Ana Suárez. Hoy, el abogado Máximo Etchepare confirmó que fue asesor de Elizabeth Vaca y que ella firmó una retractación, en otro proceso, ante la Fiscalía del Distrito. El abogado dijo que la retractación fue voluntaria de parte de su cliente y que no hubo presión de los fiscales. Con ello, los fiscales se mostraron satisfechos porque la testigo de la defensa quedó mal parada. El abogado, Etchepare, se quejó ante el tribunal porque la información constantemente “mostraba a su defendida como culpable”, según dijo. También protestó porque el periodista desobedeció una presunta orden del juez para no fotografiar a la acusada. Uno de los jueces, Luis Coronel, aclaró que se había autorizado al periodista a tomar gráficas con la prevención de que no se muestre a la sospechosa como si fuera culpable, porque el juicio todavía no ha concluido. La detenida y hasta ahora, presunta culpable Ana Suarez continúa sin declarar por consejo de su abogado defensor.
El juicio oral proseguirá mañana, cuando se volverá a escuchar a la testigo del entredicho.
¿Por qué no estarían sus hijos con ella si jamás se habían separado? ¿Y donde estaría el príncipe? ¿Los habría llevado quizás a un paseo? No, no, Ana borraba esa idea de su mente, nunca se irían sin despedirse y comunicarle que salían.
La perito especialista en trabajo social subió al estrado y luego de los juramentos de rigor, comenzaron los abogados a hacerle preguntas respecto de Ana Suarez, el occiso Carlos Alberto Gomez y la constitución familiar.
La trabajadora social describía la paupérrima situación económica de la familia desde que habían llegado a la capital desde Chaco hacía ya varios años.  La pobreza del hogar familiar era tal, que permanentemente había rajaduras en los techos y las paredes hacen que el lugar sea prácticamente inhabitable, más aún habiendo niños.  Describe la situación que se suscita los días de lluvia con agua corriendo por los precarios pisos de la vivienda y arrasando con los muebles y escasa ropa que se encuentran en la casa.  Comenta, ante una pregunta del fiscal que el día que el tribunal la envió a realizar la ambiental a la casilla que pertenecía a la familia todo se encontraba limpio y ordenado a pesar de las necesidades evidentes.
Ana miraba a esta señora que no conocía y pensaba en lo bonito del colorido del agua de sus cascadas. Y recordaba lo feliz que era en su palacio, esperanzada con ver pronto a sus hijos y regresar a su hogar con su príncipe.
Comenzaron a subir al estrado caras familiares para Ana, a las que miró con cariño y les sonrió, esos rostros la miraban con cierta tristeza y compasión que no llegaba a comprender.  Las tres personas citadas por la defensa, contaban los gestos de buena vecina de Ana, y que a pesar de ser una persona retraída, coincidían en que siempre tenía una sonrisa en sus labios y un tímido saludo hacia todos.  Indicaron también, que cualquiera fuera la época del año, ella acompañaba a sus hijos a la escuela cercana al asentamiento y que siempre los veían de la mano, prolijos y muy bien educados.
Respecto de su esposo Carlos Alberto Gomez, indican que se lo veía poco por el asentamiento, siempre realizando pequeños trabajos de albañilería o “changas” por la capital pero que últimamente lo habían visto poco y se lamentaban de haberlo cruzado por los corredores en estado de ebriedad y que por dichos de otros vecinos conocían que el trabajo escaseaba mucho estos últimos meses y que eso, suponían, podría haberlo convertido en “pendenciero”, bebiendo y buscando pelea por el barrio.
¿Dónde estaría su príncipe? Ana pensaba en lo que cocinaría para esperarlo, los ricos manjares que había aprendido a preparar de pequeña y a él tanto le gustaban seguramente serían lo más adecuado.  Sobre todo porque tenía la noción de que hacía ya varios días ella faltaba de su casa y estaba esperando, según le habían explicado unas señoras, que aquellas personas decidieran cuando podía volver.

(continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario