lunes, 12 de marzo de 2012


EL COLLAR DE PERLAS.
 
 
Liliana Machicote
 
 
 
No me gusta nada ordenar mi placard. Pero llegué a un punto donde no podía encontrar lo que buscaba, sobre todo con el poco tiempo que suelo tener en las mañanas y hace meses busco una remera que está perdida en ese agujero negro. Al placard, ya que estaba en la tarea, le siguieron la mesa de luz y la cajonera. Cuando abrí uno de los cajones, donde encontré un desparramo de aros, anillos, papeles, recortes y fotos viejas, apareció una cajita de madera que no recordaba tener.
La abrí, contenía un collar y recordé su procedencia... hace 14 o 15 años, un día que había ido a visitar a mi abuela y mucha gente estaba en su casa, me llamó haciéndome señas para que la acompañara a su dormitorio. Una vez ahí, sacó de un alhajero una bolsita de plástico blanca, de esas que entregan en el supermercado. La abrió y de allí sacó este collar y me dijo con un tono de voz poco habitual en ella, como dando comienzo a una ceremonia: "esto es para vos...", la miré con sorpresa como preguntándole por qué me lo estaba dando. Era un regalo que yo no entendía y agregó: "Lo usé cuando me casé con tu abuelo y lo usó mi madre cuando se casó, y ahora es para vos". Dudé, pensaba en mis tías, sus hijas, en mis primas, y en lo que iban a decir cuando supieran que eso estaba en mis manos, cavilaba, no entendía la razón por la que se desprendería de algo tan preciado. Observaba mi reacción y casi ofendida dijo: "¿Es que no lo querés?" y aclaró: "Quiero que lo uses el día que tu hijo se case, yo ya no voy a estar pero te vas a acordar de tu abuela". Los ojos se me llenaron de lágrimas, al igual que ahora mientras lo escribo. Sólo le agradecí y le dí un beso. Nunca fue demasiado afecta a las grandes demostraciones físicas de cariño, y así terminó aquel pequeño acto que supuso para mí secreto. Rememoro mi viaje de regreso aferrada a la bolsita de plástico. No me parecía suficientemente segura mi cartera para todo el amor que contenía. Es simple bijouteríe, pero su valor poco tiene que ver con el precio.
Mi abuela sigue estando con nosotros afortunadamente, y en ninguna ocasión, en todos estos años que nos hemos visto desde aquella tarde en su casa,  volvió a hacer ningún comentario al respecto.
Mi hijo es un despreocupado adolescente más atento a las cuerdas de su guitarra que a tener una novia, por lo que el uso del collar en su casamiento es bastante lejano, creo.
Aquel enorme acto de amor sigue estando ahí.

Ordenando mi placard y mis cajones, tarea que me disgusta, en este domingo caluroso y abúlico, no encontré la remera blanca perdida, pero hallé la emoción en forma de collar.

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