viernes, 30 de marzo de 2012

ENCUENTRO (completo)

Liliana Machicote

Cuando mi amigo Andrés me invitó, aprovechando que yo había ido a pasar un par de días a la ciudad, a una fiesta en una casa frente a la laguna, dudé… yo estaba allí sólo para despejarme un poco de los conflictos que me venían acompañando  desde hacía bastante tiempo en mi matrimonio.  Sabía que pronto debería tomar una decisión.  Nada grave había pasado. O si. Me sentía sola. Sin compañero.  Aquel hombre con el que me había casado, no había cambiado, seguía queriéndome,  continuaba trayéndome flores cada tanto, compartía charlas conmigo…
El problema era otro.  El problema, si es que se podía llamar así, era yo.  Había pasado el tiempo de criar a mis hijos y necesitaba otra cosa. Y eso me oprimía cada vez más.  Las sensaciones que pasaban por mi cuerpo eran muchas, desgano, tedio, y la que más me pesaba era la soledad. Y lo poco especial que me sentía, y eso dolía.
Muchas veces me había planteado si había hecho bien en casarme con él.  Era lo que todos esperaban que hiciera, y en mayor o menor medida era lo que tenía que hacer.
No había sentido por él, la pasión que sentí por alguien más tiempo antes, pero a mis veintitantos desee hacerlo, casarme; nadie me había obligado.  Y sabía poco del amor en ese momento.  Lo quería, si, mucho, es verdad.  No era esa pasión que me abrasaba, pero me cuidaba, y él me había elegido a mí para formar una familia. Aunque yo no fuera nada especial. Ni muy alta, ni muy baja, ni linda, ni fea; creativa si, pero de qué servía eso cuando yo misma había convenido con que lo mejor era que fuera ama de casa para dedicarme a los hijos.  No era poco.
El tema había surgido muy  lentamente.  Propio del  estado de aburrimiento, en palabras de mi marido, yo quería retomar mi carrera como escritora.  Tampoco era lo que se podía llamar “carrera” lo que yo había tenido de muy joven.  Me gustaba escribir, simplemente eso.  Tuve una moderada aceptación en pequeños concursos de letras y algunos de mis relatos se habían publicado en antologías destinadas a tal fin.  El caso era que quería hacerlo, y a él no le parecía.  Esto es, si quería tomarlo como hobby para mis ratos de ocio, era una gran idea.  Pero a esta edad, casi cuarenta años, parecía tonto pensar en una carrera.
Secretamente yo sabía que mi malestar, por suponer un eufemismo, no tenía que ver con eso.  Había dejado de amarlo.  Tan simple y tan complejo como eso.  Y nada que él pudiera hacer iba a cambiar mi falta de amor.  Buscaba entonces, escurrirme cada tantos días, de ese ambiente que me angustiaba y dañaba al que había sido mi compañero tanto tiempo, y me tomaba ese pequeño “descanso”, como le llamaba yo.  Sabía perfectamente que no era así.  Pero nos mentía, a ambos.
Y cada tanto, aprovechaba y fantaseaba con cruzarme con aquel antiguo amor.  Para qué, no lo sabía… qué podía decirle, es más, qué podía decirme él a mí.  Nada. Pero como suelen ser las fantasías, no tenía resolución, simplemente era una fantasía.  Por otro lado, las probabilidades de cruzarlo siquiera, eran casi imposibles, años habían pasado sin verlo.  No teníamos los mismos amigos, no íbamos a los mismos lugares.  Sabía si, que continuaba casado.  Poco más era lo que había podido hurgar en las memorias de algunos amigos que nos conocían a ambos.  Casi nadie sabía que hubiéramos tenido una relación, o algo así.
El recuerdo de aquel antiguo amor se había convertido en eso, un recuerdo.
 Acepté la invitación de Andrés para acompañarlo, seguramente allí encontraría a viejos conocidos y pasaría una velada agradable.  Como había pasado los últimos meses, era una pequeña maniobra para mi cabeza, que suponía, me ayudaba.
Llegamos, la casa era preciosa, el paisaje inmejorable.  Bonita noche de enero.  El otro lado de la laguna se veía simplemente por la ventana, las luces de la costanera se reflejaban en el agua.  Realmente, aquel era un lugar especial. Había perdido a Andrés ya, la última vez que lo había visto, estaba charlando con una linda mujer a quien yo sólo conocía de vista.  Andrés hacía un tiempo que se había separado y se había convertido en una especie de depredador de mujeres solas.  En honor a nuestra amistad de tantos años, a mi no trataba de seducirme.  Eramos amigos desde tan chicos que ninguno de los dos hubiera cambiado nuestra relación por otra simple acción pasajera.
Saludé a algunos conocidos, y con la excusa de no molestar a nadie con el humo de mi cigarrillo, decidí caminar hacia la puerta de la casa, con la intención de cruzar la calle y sentarme al borde de la laguna.  Volvería en un rato.  Las conversaciones superfluas estaban muy bien para aquella noche.
Cuando estaba por abrir la puerta, una mano se apoyó en mi hombro haciéndome girar mientras escuchaba una voz me decía: "Hola linda". Por una centésima de segundo me pareció reconocer ese tono, no había cambiado en absoluto.  Fue uno de esos instantes en los que muchas cosas pasan delante de los ojos de una persona, y dudaba en continuar mi camino o contestarle a esa voz... seguía siendo atractivo, aunque se le notaban los años. Esos ojos que antes me deslumbraban,  no por tener un color particular, si no porque eran los suyos, (es más, viéndolo ahora, eran de un color común), estaban rodeados de una generosa red de arruguitas.  "¿Cómo estás?", me dijo, como si nos hubiéramos visto la semana pasada. La simpleza de los hombres, pensé. Por un momento no supe qué responder, la sonrisa de compromiso se me borró, no pude sino mirarlo estúpidamente. ¿qué podía decirle al primer hombre que destrozó mi corazón?.  Y me dañó, y mucho.  Me dolió en aquel momento de juventud como si me hubieran arrancado un brazo.  Ya nada se podía hacer ahora. "Estoy muy bien, y vos? ", "estás bárbara" me dijo... ¡Dios! en qué estaba pensando cuando me puse esa remera negra sin gracia y apenas un poco de maquillaje para evitar los surcos de cansancio que me dejó el día largo. Bueno, me excusaba a mi misma pensando que yo no iba a  encontrarme con nadie, tan sólo quería encontrarme conmigo, para eso organizaba esos viajes express, como yo les llamaba. "Tanto tiempo sin vernos", " si claro", contesté, "unos cinco o seis años", sabiendo perfectamente que eran once. La última vez que nos habíamos cruzado fue en forma casual, prácticamente nos habíamos chocado en la puerta de la casa de una amiga, vecina al lugar donde él trabajaba en ese momento y habíamos mantenido una conversación cordial, entre dos personas que nacieron en el mismo lugar y se conocen desde hace tiempo.  Formalidades, básicamente.
Después de una serie de enormes nimiedades en esta conversación de hoy, de pronto se plantó y me dijo "tendríamos que vernos más seguido, a veces pienso que hubiera pasado si hubiéramos seguido juntos"... Ahí me di cuenta, que aquella búsqueda que yo estaba transitando, con mis dudas, mi matrimonio quebrado, mi poco coraje para cambiar el rumbo, nada tenía que ver con aquel recuerdo de un amor.  Fue quizás el tono de su voz, que no había cambiado, que era el mismo que me había partido el alma aquel otro verano hacía ya mucho tiempo.  Era yo quien debía resolver aquello.  No buscar por otro lado algo que sólo hubiera demorado mis decisiones.  Junté la poca dignidad que me quedaba entonces y le contesté: "Por Dios, nos hubiéramos asesinado mutuamente... no logro imaginármelo", fue un placer ver su gesto,  yo había dado en el blanco, él no estaba tomando bien el paso del tiempo.  Y sabía claramente lo que yo había sentido en algún momento.  Los años, evidentemente, no borraron en mí,  el daño que hizo al no haberse enamorado de mí como yo de él. Y todas esas horas en las que me había ilusionado con la idea de encontrarlo, tenían que ver justamente con eso,  sin límites, sin tabúes, simplemente con una fantasía.  Yo misma había hecho desvanecer la realidad y magnificado aquella figura que tanto mal me había hecho. Todo estaba claro ahora.
Ya resolvería sola mi conflicto, o quizás no.  En ese momento, reconocí qué era lo que debía hacer.  Eran sólo mis cavilaciones.  Mis dudas. Y él no me hacía falta. 
 Fingí pena, deslicé mi mano por su cintura, le di un beso en la mejilla susurrando, con una voz que supuso para mí de vampiresa: "qué placer haberte visto"... caminé lentamente sintiéndome especial, aunque sea por un momento...


No hay comentarios:

Publicar un comentario